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THANKSGIVING 2006



Thanksgiving (o el Día de Acción de Gracias) es feriado para todos menos para los pavos. Los pavos no festejan Thanksgiving. Aún así, todo gira en torno a ellos. ¿Quién compra el pavo? ¿Quién rellena el pavo? ¿Quién cocina el pavo? ¿Quién corta el pavo? ¿Quién prueba el pavo? ¿Quién se lleva lo que quedó del pavo a su casa? La tradición junta a familia y amigos desde hace mucho tiempo, cuando los primeros colonos "amigables" se sentaban a la mesa para compartir lo que tenían. Es decir, pavo.

Yo pasé Thanksgiving en lo de Beth y Ken. Un matrimonio amigo, americanos ambos. Invitaron a todos. Estaban las madres de Aro y Mechi de visita, así que también se prendieron. Y claro, el pavo no podía faltar. Lamentablemente no tengo una foto de ese animal. Y aunque la tuviera, no me atrevería a mostrarla. Mis viejos tienen un perro que no le teme a nada (no es coraje, es inconciencia, que igual vale). Ya lo atropellaron dos autos y una vez salió volando del nuestro, en movimiento, por la ventana. Se pelea con cualquier perro que ve, no le importa raza ni tamaño. Pero si yo lo hubiera puesto a Indy frente a este pavo nuclear, habría salido corriendo. No exagero. Apenas entraba en el horno. Daba miedo en serio.

Entonces, como el espíritu es compartir lo que uno tiene, la idea es caer con una bebida y algo para comer. O ensalada o postre. Lo lindo es hacerlo con tus propias manos. Lo que sea. Yo quise impresionar a mis amigos con un postre casero, pero apenas vi el pavo me di cuenta de que iba a ser difícil. De todas formas me quedé tranquilo. Había hecho todo lo posible. El día anterior llamé a mi abuela, que vive en Neuquén. Loly (la señora que la cuida) me había pasado la receta de un flan infalible, meses atrás. Le conté a Reme (mi abuela) que tenía planeado sorprender a mi gente con la receta de Loly. Pero antes de pasarme con ella, no se aguantó y me dio un par de datos: cómo mezclar los huevos, cómo quemar el azúcar y otros un tanto más fundamentales. Después Loly me aconsejó que no me olvidara de la leche en polvo. Y mi vieja la remató recordándome que si le metía seis huevos en vez de cuatro, el flan iba a salir mejor, más armado. Mi vieja, de casualidad, estaba en Neuquén visitando a mi abuela. Y así fue como preparé el flan, con una mezcla de recetas y secretos de Reme, Loly y Elsa.



El flan fue un éxito. Y si no hubiera sido por ese pavo radioactivo, habría dejado a más de uno hablando en mapuche.



Aquí, en registro fotográfico, presentando el postre como corresponde.




El aeropuerto de Atlanta (Hartsfield International Airport) es el segundo más grande del mundo, comparando tránsito de aviones, pasajeros, cantidad de arribos y salidas. Por eso es muy común levantar la cabeza y ver quince aviones cruzando el cielo, a la vez. Aviones de todo tipo. Aviones pequeños, aviones inmensos. Aviones que vienen y van de acá para allá. Vuelos que llegan y salen desde y hacia cualquier parte del mundo.



Primavera.



Para los juegos olímpicos del 96, Atlanta tuvo un gran empuje económico que sigue sosteniéndose y se refleja en la construcción.



Ardillas desafortunadas, si pensamos que en esta vida se está mejor.

Sin intención de impresionar a nadie, me llama la atención la cantidad de bichos que veo bastante más seguido de lo que quisiera, durmiendo la siesta eterna en medio de las calles. Generalmente son ardillas, aunque también ves zarigüeyas y alguna que otra rata, muy de vez en cuando. La de abajo es una zarigüeya. En inglés, opossum.


Recuerdo cuando llegué a Atlanta. El primer día. Yaw (chofer de Turner) fue a buscarme al aeropuerto y después me llevó a lo de mi jefe, Hernán (hoy jefe y amigo). Era muy temprano, la mañana de un sábado otoñal. Había que esperar a que abriera la oficina del complejo donde iba a quedarme el primer mes, mientras buscaba mi propio depto. Teníamos que matar una hora de espera. Abrían a las 9. Claro destino: tomar un café, charlar y conocernos. Hasta ahí, a Hernán lo había visto apenas un par de veces.
Fuimos a uno de los cafés del shopping local. Uno de esos lugares donde te venden hasta vasos de medio litro de cafeína para llevar. A la orden de los dos cappuccinos le agregué una rosca glaceada (acá le decimos "donut", allá "dona"). Salimos al estacionamiento vacío, bajo un agradable y tibio sol. El cielo estaba despejado y la ciudad me recibía con un buen clima. Nos quedamos charlando junto al auto de Hernán. Yo me senté en el pasto y apoyé mi rosca y mi café sobre el césped. Empezamos a hablar y sin darme cuenta, a un metro de mi desayuno, una ardilla curiosa se había detenido a estudiarme. Me miraba y movía el hocico (o la nariz, esa pelotita negra llena de bigotes). Los dos nos quedamos mudos, sin poder sacar la vista del animal, que para mí se había dado cuenta de que nos había interrumpido. Era la primera vez que veía una ardilla. Y supongo que era la primera vez que una ardilla me veía a mí. El bicho se movió rápidamente y se acercó hasta mi café, pasó por debajo de mis piernas, rodeó la rosca y se fue saltando por el pasto. Fue como un OK. Un "visto bueno". Me la imaginé trapando un árbol y contándole a las demás:

- ¿Y?
- Nada, parece buen pibe. No lo jodan.
- Pero, ¿no le afanaste nada?
- ¿Qué querés? El boludo se pidió una dona…

La voz de Hernán me sacó del asombro pero lo que dijo hizo que ese momento, al menos para mí, fuera aún más memorable (si eso es posible). "Es la primera vez en seis años que veo que una ardilla se le acerque tanto a una persona". Yo sonreí, y tratando de buscarla en vano, le agradecí a esa ardilla entrometida por la breve y extraña bienvenida.
Así fue mi primer encuentro con una ardilla atlantense. Le puse Dona, y cada vez que veo una ardilla en la calle, me acerco con la cámara temblando, esperando que no sea ella.



A la vuelta de casa armaron otro complejo de un día para el otro. No exagero. De un día para el otro. Los levantan como si fueran de cartón, porque son de cartón. Una tarde llegaron hombres con máquinas y se pusieron a trabajar en la verde planicie que tenía frente a mi ventana. A la mañana siguiente abro los ojos, levanto la persiana y veo una familia mudánsose a uno de los departamentos. Increíble. Hoy faltan algunas unidades por vender. Los fines de semana abren la oficina de ventas y cuelgan unos globos afuera -a metro y medio del piso- como para avisar que algo se vende o alquila (muy común acá). Bueno, estos globos son de ahí. Y el cielo, de otro planeta.

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