la vez que pensé que salía en una "date"

Tengo un problema con la cerveza Budweiser. No le compro. Nunca le compré. Igual que a la Stella Artois. Marketing, viejo. Puro marketing.

Había cenado en "La Villita", la casa de Aro y Mechi, la casa de Emma, mi primera (y única) sobrina gringa. Me prestaron la ducha, me cambié la remera y salí perfumado, sin un plan y con buenos deseos de amigos. Iba a encontrarme con mi destino. La Fiera me lo había advertido, "Ojo, me parece que esta puede terminar siendo tu esposa." En el fondo yo ya lo sabía. No muy en el fondo tampoco. Creo que era más una cuestión de ganas que otra cosa. La esperanza es adictiva. La soledad puede ser peligrosa.

Habíamos salido un par de veces. Una, a almorzar. La otra, a tomar algo. Buena onda. Y después no la vi más (ydepuénolabimá).

El otro día volvimos a cruzar mails después de mucho tiempo y me dijo que el jueves a la noche se juntaba con amigas. Me tentó con un "Venite". Le pregunté si era noche de amigas. Quería confirmarlo, que no se haya sentido obligada a meterme en uno de sus planes. "No, venite. Es una fiesta en una terraza, en el centro." Fue suficiente. Cualquier ciudad se ve linda de noche, desde una terraza. Bagdad, bombardeada y todo, se veía linda. Atlanta, aunque a alguno le cueste creerlo, también.

Manejé perdido por el centro un par de cuadras. Venía desde el Este. Creo que cometí cinco infracciones. Casi piso a un policía después de preguntarle al conductor de una de esas carrozas para pasear turistas adónde quedaba el Glenn Hotel. Señaló la vereda de enfrente con la pera. Creo que el caballo se reía de mí. A veinte metros de mi nariz estaba la puerta de entrada y el toldo: "Glenn Hotel".

A la vuelta del hotel estaba el CNN Center. Iba a mandarme al estacionamiento de empleados para no pagar un peso. Los valet parkers me tienen las bolas llenas. Piratas. Decidí tomar la primera mala decisión y cometer la última infracción de la noche. Di una vuelta en U donde no se podía y entré al estacionamiento del hotel. El cana que casi piso un minuto antes estaba parado en la puerta, mirándome.

Triksie (voy a llamarla así), mi "date", me sugirió que le pegara un tubazo al llegar porque había una lista en la puerta. "Llamame, bajo y te hago entrar." Dejé mi auto en manos de un extraño con uniforme y entré al lobby. No sé si fue por pinta o imprudencia, pero nadie me pidió mi nombre. Pregunté una sola vez cómo tenía que hacer para llegar al techo del edificio. Me señalaron un ascensor (parecía ser el único del hotel). Entro. Miro la botonera. Apreto "R" (de "Roof", supuse). Subo. No había espejos pero el interior era metalizado. Tenía olor a viejo. Un amigo me había dicho que el Glenn Hotel era uno de los primeros "boutique hotels" de Atlanta. Sonó demasiado sofisticado para mi remera vieja y mis zapatillas. Si no me dejaban pasar a la terraza, volvía a la villita a tomar vino con mis amigos. La cita era a las diez, yo llegaba a las once menos cuarto y, mientras la puerta se abría, la mirada deformada por el metal me preguntó, confundida, "¿Qué carajo hacés acá?"

La noche estaba despejada pero no se veían muchas estrellas. No se ven muchas estrellas en Atlanta. Mucho menos si estás en la terraza de un edificio de diez pisos, en medio del downtown, rodeado de edificios altos y luces.

Ya había gente rara en la terraza. Buena onda. Buena música. Buen vodkatronic.

Empiezo a caminar entre extraños con el vaso en la mano, sacando fotos con los ojos, y me encuentro con mi encuentro. Triksie está con dos amigas. La saludo. Me presenta. Hablamos un poco de la vida. Nos hacemos los vitales, los felices, los que tenemos el universo en el bolsillo, amaestrado. Les invito el primer trago. Recién habían llegado. Es una noche de amigas, claramente. Me pregunto qué carajo hago ahí. Voy a buscar otro trónico. Vuelvo a la mesa. Por lo menos hay buena onda. Seguimos charlando. Medio que se baila. La terraza se empieza a llenar. La música está buena. Hay DJs con oído. Finalmente un lugar donde la población de mujeres es igual a la de hombres. Seguimos charlando. Le pregunto si había cenado. Me dice que comió un pollo teriaki increíble. Me sorprendo y le pregunto si cocina. No, yo no. Mi novio sí. El vodka oficia de anestesia. ¿Cómo? Me atraganto un poquito y no lo disimulo. "Sí, estoy saliendo con alguien desde hace un mes. Es chef." Me chupa un huevo lo que sea tu novio. ¿Qué carajo hago acá? ¿La tiro por la baranda al Centennial Park? Son diez pisos. ¿Me tiro yo? No, mejor doy media vuelta y encaro a la barra. Después empiezo a encarar lo que sea. Y después, algún día, si puedo, trato de endender por qué no me lo dijo antes. Hay que remontar esto. Sí, se puede. No, cada vez que alguien dice eso, pierde. Cambiemos de actitud. Vodka Red Bull. Son diez pesos. Vuelvo a la mesa. La miro distinto a la amiga. La amiga me devuelve la mirada. Ya me relajé. El vodka oficia de mejor amigo que te marea diciéndote que son todas iguales. Sigo hablando con Triksie. Un gay me pregunta si es mi novia. El tipo está hablando por teléfono. "Ojalá", le contesto. "Es mi marido", juguetea ella. "No les creo", retruca él. "¿A ver el anillo?" Insiste. "No creemos en anillos", dice ella. Me río. El gay se caga de risa. "Sabía que me estaban jodiendo. En serio, ¿son novios?" "No, loco, su novio es chef y tiene mucha suerte." El chabón está con una amiga, ambos artistas, ambos negros. El pibe se acomoda en su silla y cierra su celular. Se interesó. "Entonces, ¿qué son?" La miro a ella, sonrío y mando un "eh" larguísimo. "Eeeehhhh..." Ella me mira sin pestañear. "... eeeeeehhhh..." Lo mira al gay. "Amigos". Sonríe. Lo miro al gay, "Parece que somos amigos". La mujer está fumando un habano. La mujer habla poco. "Hacen buena pareja." Las palabras salen de su boca entre el humo del puro y la vergüenza de Triksie. El tipo la toma del hombro y me señala con el celular. "Él es de verdad. Vos estás boludeando." Nos reímos todos. Me cayó muy bien el pibe. Nos había sacado la foto. La mujer también. Eran las únicas dos personas con clase sobre esa terraza. La miré y le dije que el pibe tenía razón. Estaba todo aclarado. Yo estaba ahí por ella. Se lo dije. "Tal vez, si me hubieras contestado aquel mail, hoy no habrías cenado pollo teriaki. Tal vez". Se lo dije. Ella se pone colorada y se lleva las manos a la cara. Se ríe, nerviosa. Yo también me río, tranquilo. No hay nada que esconder. Nada que hacer. Sabía que eso podía pasar. Sabía que si hubiera insistido dos meses antes tal vez no pasaba. Pero no había que buscar culpables. Había que pasarla bien.

Las amigas bailan con unos flacos. Orbitan a nuestro alrededor. Una me pregunta por mi perfume. El perfume es como el marketing. La otra está divorciada, con tres hijos. Se acerca tambaleándose. "Cuando me quiero sacar un pibe de encima le digo que estoy divorciada y que tengo tres hijos. Una, de tres meses", sigue, "Niños, salen corriendo. Un hombre de verdad, en cambio, no se friquea con eso." Toma vodka con hielo. Sin vueltas. "No salgo nunca. Una vez que salgo a emborracharme no voy a perder tiempo tomando boludeces." Me mira, comienza a hablar en un español que empeora con cada trago, "Te parecés a mi ex-esposo. Es latino. Me gustan los latinos." Tiene todo el brazo tatuado. La hija de 5 años le había hecho una pregunta interesante esa mañana. "Mamá, ¿yo también puedo tener una manga en el brazo?" No sé qué le contestó.

Era hora de irse.

Había hablado toda la noche con Triksie. Por suerte la noticia del novio chef me la tiró temprano. Claramente no era una "date" y se encargó de aclararlo de entrada, aunque esperó que tuviera un poco de alcohol en la sangre. Algo de decencia, al menos. Chica considerada. Así que a pesar de todo la pasé muy bien. Relajado. Hablando con ella y las amigas, la pareja de artistas (el pibe gay y la fumadora de habanos caros) y un par de chicas boricuas que vivían en Nueva York y me recomendaron ver Fuerzabruta. "Pero eso es De La Guarda." Se sorprenden. "Ah, ¿los conoces?" Marco mi acento, "Shí, shon argentinos." Abren los ojos, "Oh, ¿eres argentino?" Levanto el vaso y una ceja. "Shí, y estoy sholtero." Se hicieron humo. Como el que salía del habano, que ya agonizaba en el cenicero.

Era hora de irse.

Bajé con Triksie y sus amigas por el ascensor. Cruzamos el lobby y salimos por la puerta de atrás, hacia el estacionamiento. Las despedí con los valet parkers chupasangres que se escondían detrás de un cartel que parecía un chiste: "Valet Parking $12". Me arrepentí de no haber usado el estacionamiento del CNN Center. ¿¡Están en pedo!? ¿¡Qué onda!? ¿¡Doce pesos!? Me sentí un boludo. Lo del chef no era nada comparado con ese cartel de mierda.

Se van las amigas primero. Se suben a un auto. Salen a los gritos. La del brazo tatuado baja la ventana y saca medio cuerpo afuera. "¡Llamarrrrme!", me grita llevándose el pulgar a la oreja y el meñique a la boca. El auto dobla por la calle. El cuerpo no puede con la inercia y desaparece dentro del auto. Después desaparece el auto al doblar la esquina.

Nos quedamos solos, hablando un rato. Miradas. Sonrisas. Histeria. Claramente podríamos habernos despedido de otra manera si no hubiera sido por ese chef que cocina tan bien. Abrazo. Miradas. Sonrisas. Basta de histeria. Se despide desde el interior de su auto y desaparece al doblar la esquina.

Chau.

Por el rabillo del ojo, y de casualidad, noté que los valet parkers no se reflejaban en las ventanas de los autos. "¿Le traigo su auto, señor?" Sentí un escalofrío subiendo por mi espalda. Seguí soñando. Para darte doce pesos por estacionar mi auto tengo que estar completamente borracho. Y si te acercás un paso más te tiro agua bendita. "No, muchas gracias." Sonreí.

Media vuelta y al ascensor de nuevo. ¿Capaz que me iba a ir así? La terraza ardía y la música seguía sin defraudar. Era otro DJ. Era otro yo. Di una vuelta y estuve a punto de pedirme otro trago cuando escucho que alguien me abre los ojos con la pregunta de la noche. "¿Qué carajo hacés acá?" Esta vez reconocí la voz. Por suerte le hice caso. "Basta, se acabó, nos vamos a casa." Uno habla en plural cuando se quiere convencer. Como que la razón toma las riendas de la lengua y le habla al idiota interior. "Dale, movete." El idiota asiente con la cabeza. Media vuelta y al ascensor de nuevo.

Dejo entrar a dos parejitas de chicos y chicas EMO que jugueteaban con sus manos mientras esperaban el ascensor. Hablaban fuerte. En teoría les quedaba más futuro que a mí. Qué bajón, tengo que bajar diez pisos con dos parejitas de EMOs. Subimos al ascensor. Apreto "L" (de "Lobby", supuse). Empezamos a bajar justo cuando a los cuatro retrasados mentales se les ocurre saltar al mismo tiempo. "Now!", gritó uno y los cuatro pegaron un salto altísimo, cayendo con una coordinación envidiable. El ascensor se estremeció. Escuché ruido de engranajes y al segundo siguiente todo se detuvo. El ascensor había dicho basta. No lo podía creer. Ahora estaba atascado adentro de un ascensor de mierda en no sé qué piso con cuatro pelotudos sin cerebro. Empezamos a apretar todos los botones. Nada. Apreto el de "Alarm". Nada. Tomo aire y me relajo. Cierro los ojos. Medito un instante. Me doy cuenta de que no hay nada más que hacer, excepto esperar. Abro los ojos y le doy cuatro piñas a la botonera. Durísimas. Me lastimo la mano. El botón del siete se va para adentro. Una de las chicas se pone nerviosa y le agarra taquicardia. "¡Pa… pa… pará, (respira) lo vas a ro... romper!"

A continuación, voy a tratar de transcribir lo que escuché.

Chico Emo 1: Voy a llamar a la policía.
Chico Emo 2: ¿Estás loco? No necesito policías.
Chico Emo 1: Pero mirala, ¡no puede respirar!
Chica Emo 1: No... no... no puedo respirar. No puedo respirar.
Chica Emo 2: ¡Pelotudo! ¡Llamá al nueve once! ¡No puede respirar!
Chico Emo 2: OK, OK, OK!

El boludo saca su celular y llama a los bomberos mientras se sienta en el piso y saca un cigarrillo. La chica que se está muriendo por lo menos no grita. Al boludo se le ocurre encender el cigarrillo. Yo seguía parado. El pibe da la primera pitada. No podía creer lo que estaba pasando.

Yo: ¿Todos fuman?
Todos: Sí.
Chico Emo 2: ¿Vos?
Yo: No, ya no.
Chico Emo 2: Fumemos. Dame un pucho.

El amigo que ya estaba fumando le da un pucho.

Yo: Perdón, ¿ustedes nacieron estúpidos o hicieron un curso?

Silencio.

Yo: Tu amiga se está muriendo, no puede respirar. Somos cinco personas atrapadas en un ascensor. No tenemos idea si alguien sabe que estamos acá. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar acá. Hacen cien grados. Yo no fumo. ¿Y vos encedés un cigarrillo?


Me enojé un poquito. No querés estar cerca mío cuando me enojo. Mucho menos dentro de un ascensor parado. La últimas tres palabras salieron fuerte. La chica que no podía respirar de pronto pudo, y me quiso tranquilizar. OK, pero no le grites. OK pero que apague el pucho. Chico Emo 1 apaga el pucho en el suelo y se lo cuelga de la oreja. Calladito, mirando el suelo. Le muestro mi cicatriz, que es un poco más grande que la de una operación de apéndice. "Ya tuve cancer, viejo. Gracias." Silencio. Golpe bajo de mi parte, lo admito. Innecesario. Pero no pude evitarlo. Estuve una semana en el hospital, tengo derecho a hacer uso de la cicatriz. Creo que me sacó el hecho de que no sabía cuánto tiempo íbamos a estar ahí adentro, sin aire, con la taquicárdica muriéndose, y el boludo del amigo enciende un pucho. En fin.

Veinte minutos. Meto el dedo en el agujero del botón del siete y trato de sacarlo. No es culpa, es aburrimiento. El resorte no era lo suficientemente fuerte como para empujar el botón hacia afuera. ¿Nada funciona en este ascensor de mierda? Me siento en el piso. Todos en el piso, rendidos. Calor de cagarse. Saunita. Saunita EMO. Media hora. Se escuchan golpes del otro lado. ¿Quién anda ahí? Los bomberos. Todos se levantan de un salto y empiezan a rebotar, felices. Idiotas felices. "¡Los bomberos, los bomberos!" ¡No salten más la puta que los parió pendejos de mierda así empezó todo esto! Se abre un poco la puerta. Aparece un bombero. "¡Los bomberos, los bomberos!" Los EMOs se abrazan y lloran. La puerta no se abre más de cuarenta centímetros. Hay que estrujarse y saltar. "¡Salten!", se escuchó del otro lado. Yo seguía en el piso, tranquilo, sin creer lo que estaba viviendo. "¡Salten!", repitió la voz.

Primero salieron las chicas, después los chicos. Creo que fue así. Después salí yo. El ascensor había quedado trabado entre el piso diez y el nueve. Había cuatro bomberos disfrazados de bomberos. Los chicos EMO desaparecieron. Tal vez subieron a la terraza por alguna escalera. Chico EMO 2 me había prometido un trago cuando, a punto de perder la cordura, verbalicé un deseo. "Necesito una cerveza." Mi reflejo metálico me miraba, abatido. "Yo te compro una, loco. Apenas salgamos de esta, te compro una cerveza." Sus ojos desorbitados no me asustaron. Éramos hermanos de ascensor.

Caminé con los bomberos por un pasillo angosto y poco iluminado. La alfombra bordó era horrible y parecía absorberlo todo, empezando por el sonido. Olía a décadas de whisky y tabaco. Se sentía pesada. Llegamos a un pequeño vestíbulo. Había otro ascensor. En la pared, sobre una repisa iluminada, había dos cabezas de cristal, como si fueran bustos transparentes, llenas de bolitas de vidrio verde agua. La grasada no ocupa lugar. Igual, no me sorprendí. Ya nada me sorprendía. No podía haber otra cosa sobre esa repisa más que bustos transparentes llenos de bolitas de vidrio verde agua. Pertenecían a ese lugar, a esa noche. Era yo el extraño. El intruso.

Esperamos el ascensor con los cuatro bomberos, en silencio. Me sacaban ocho cabezas. Eran hombres grandes. Los chicos EMO seguro estaban tomando y fumando en la terraza, puteándome, o brindando por mí. Me daba lo mismo.

Entramos al ascensor. Otro ascensor. Un bombero me pregunta cuánto tiempo estuvimos atrapados. "Media hora, creo." Ni levanté la cabeza para contestarle. Estaba disfrutando mucho de la situación. No estaba ni deprimido ni enojado. Era agotamiento y observación. Estaba como hipnotizado. Era rarísimo. Era vivir una co-dirigida por Lynch y Rodríguez.

"¿Adónde estaban ustedes?" Se miran. Me miran. "En la estación de bomberos." Se miran. "Pero… ¿vinieron en camión? ¿Con sirena y todo eso?" Me miran. "No, la estación está acá a la vuelta. Vinimos caminando." Eran las dos de la mañana. "¿Y los llamaron para venir a abrir una puerta de ascensor? ¿No hay nadie en el hotel que sepa cómo abrir la puerta del ascensor del hotel cuando se rompe?" Se miran. "Aparentemente no." Los miro. "Bueno, gracias por venir." Se abre el ascensor. Del otro lado no hay bomberos, solo libertad, el mundo y una cerveza esperándome en algún bar.

Salgo del lobby. Malditos valet parkers. Revolotean hacia mí. Me piden el ticket. Alcanzo a verles los colmillos. Justo sale un negro que parecía el que manejaba el show del estacionamiento. Venía del lobby del hotel y tenía uniforme. Le dice algo los parkers. Manda a uno a buscar un auto, manda a otro a buscar otro. Me mira. "¿Vos estabas en el ascensor?" Me sentí un sobreviviente, una vez más. "Sí", le contesto con orgullo. "¿Cuánto tiempo estuvieron atrapados?" ¿Otra vez? "Ni idea. Sólo sé que no voy a pagar un centavo por el parking del hotel. Tomá, acá tenés mi ticket." El tipo me mira, mira a los valet parkers, "Tráiganle el auto."

Chau.

No necesitaba más terrazas caretas, ni chefs suertudos, ni ascensores de mierda, ni chicas histéricas, ni emos histéricos, ni bomberos disfrazados de bomberos, ni vampiros disfrazados de valet parkers. Necesitaba una cerveza. Cerré los ojos y aparecí en el Estoria. Un bar amigo.

Quería algo liviano como para pasar todo lo ocurrido. Un sabor conocido, familiar. Eso necesitaba. Limpiar la garganta. Terminar el cuento. Despertar del sueño. Me senté en la barra y pedí una Miller High Life, la que más se toma acá, la que sobra en la casa de mis amigos americanos. Tenía sed de mi mundo. Se me hacía agua la boca. Perdón, viejo, no tenemos más. ¿¡Qué!? ¿¡No tenés más Miller High Life!? Si querés te doy una Bud. Si querés te podés ir bien a la puta que te parió. ¿No termina nunca esto? ¿Qué carajo hago acá? Dale, dame una Bud. La resignación es como el marketing. Qué cerveza de mierda, pero cómo la disfruté.

4 comments:

Introduction said...

La verdad, hace rato que no me cagaba tanto de risa, leyendo algo!!! Alucinante, negro... veo que -after all- la movida 'argenta' de Atlanta no ha cambiado mucho: al final del día, el 'bar amigo' Estoria siempre es fiel :)

Joana said...

hey pepe! me encanto, me meti al link desde tu carelibro solo por curiosa y para dejarlo en mis favoritos para despues, pero me quede pegada y lo todito. gracias por pompartir, me rei, que no tenes idea. sos un lindo.so, what's coming up next?

Unknown said...

Qué buen cuento.

Unknown said...
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